El espacio exterior se abría ante sus impresionados ojos. En su pequeña cabina se podía entrever el futuro de su mundo, del mundo que había formado con su propio proceder. No había más esperanzas para él y su nave viajaba a la deriva esperando sólo el final. No hay más que hacer sino esperar. No más preocupaciones, no más temor, no más vértigo, sólo una enorme soledad lo embarga.
Así, junto con él, llega el fin de la efímera raza humana. Sin embargo, el Universo sigue su curso, sin que este hecho pueda perturbarlo.
Los días transcurren pero él ni siquiera lo nota. Después de todo, el tiempo es una creación social y sin sociedad, no hay tiempo. Él se debilitaba cada vez más y sin embargo no cesaba de observar la pantalla frontal. Quizá con la esperanza de no estar sólo o quizá deseando acortar su larga agonía. Todo fue en vano. Así llegó el final de la Tierra en una pequeña nave, resumen de toda la sabiduría humana.
Si, El final de todo. Absolutamente todo lo que conocemos y nos queda por conocer. Sin posibilidad de recuperación. El fin de la existencia humana. Pero hoy no vengo a hablar de algo tan trascendente. Vengo a hablar del fin de un estilo de vida. Una "amistad", no mejor dicho "relación social" sin vuelta. Una complicación incomprendida. En resumen: El final de un problema de los gordos.
Uno de esos en los que nunca sabes lo que ha pasado hasta años después. De esos en los que piensas aunque ya hayan terminado, te preguntas que salió mal. Esos, de los que tan fácilmente te ríes una vez terminados, pero si recuerdas el momento en carne y hueso te dan escalofríos. Tan fácil como hablar como personas. Tan difícil como ser tu mism@. Bueno pues de esos. Con suerte, se habrá terminado de verdad y volveré a ser yo.
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