14/04/2014
Habiendo grandes quimeras retorciéndose en su interior. Innumerables. Cientos y miles de ellas solo era capaz de nombrar unas pocas. Y era solo a ellas a quienes podia echar la culpa de su constantemente insustanciado mal humor y su asfixiante mal genio. Empezaba por pensar en lo surrealista; a la par emocinante de ser feliz por alguien y acababa cada vez más convencida de lo mucho que debemos desconfiar del mundo y confiar en nosotros.
Esas quimeras la mantenían siempre alerta y formaban parte de su intuición. Más agresiva que la del resto por culpa de ellas pero sin llegar a ser única. No había desde hacía tiempo nada que la hiciese única. Sentía como poco a poco su presente se veía obligado a nutrirse del pasado; como cada vez era más dependiente de las viejas amistades, viejas relaciones, la persona que antes había sido era la que había lanzado tantas sonrisas y emanado una confianza en sí misma que hacía que los demás tuvieran que pararse a averiguar porqué se sentía tan segura. Y muchos terminaban por quedarse con ella. Porque en aquel entonces ella si que era especial.
Ahora mismo, sólo podía agradecer brevemente a la que había sido antes por dejarle aunque sea un legado sobre el que mantenerse. Poco más le pudo decir. Desconocía a donde se habría marchado ella, con su melena, sus sentimientos a flor de piel y su confianza.
Y el tiempo pasaba y ella daba tumbos por el mundo que antes pisaba con firmeza. Mirando al suelo para evitar llamar demasiado la atención, puesto que no tenía ganas de más miradas que la juzgaran. La mayoría del tiempo lo pasaba soñando ser otra, más parecida al recuerdo del pasado, que parecía haberse tragado lo que pudiera tener de bueno el 'yo' reflexivo que nadie más que ella parecía ver. Sabía cuándo debía volver a la realidad para lanzar alguna sonrisa, un comentario ligeramente inteligente y aún dejaba que su genio se apoderara de ella y pegara gritos. La falta de fuerza de voluntad, creo que era evidente y palpable para el resto del mundo; y en el caso de que no lo fuera, se debía a que se habrían activado esos mecanismos de defensa imperceptibles y propios de la psicología humana. A pesar de todo ella era incapaz de sentirse infeliz arrastrando los pies por el suelo, porque ella imaginaba arena. Así de tonta resultaba la esperanza en ella. La hacía creerse a flote y sentirse un poco menos rota y decepcionada.
Se hallaba contemplando el suelo de baldosas de los pasillos que practicamente conocía ya a ciegas, negándo con la cabeza, en uno de esos momentos en que se daba cuenta de lo ilusa que era... Y chocó. Se golpeó contra algo, temiendo que ese fuera el momento en el que de verdad lo poco que había logrado construir a partir de sí misma, se rompía en pedacitos minúsculos que no sabría donde encontrar de nuevo. Que se habría acabado para ella el caminar por pasillos blanquecinos pretendiendo que las cosas iban bien, y que había llegado a la pared que la haría derumbarse.
Y lo único que vió su mirada temerosa al levantar del suelo, fueron unos ojos pardos y verdosos. Una respuesta curiosa a su tropiezo casual. Y algo de esos ojos la atravesó y la dejó prendada de confianza mientras una lágrima se debatía para caer de sus ojos. Al verla finalmente deslizarse por su mejilla, el extraño con mirada de color bosque seco se revolvió en el sitio; su gesto se torció con cariño y extendió los brazos Ella sólo se dejo caer, desesperada por comprender que puede que no se hallara tan sóla. Aunque igual de perdida y confusa. Puede que no tuviera que cruzar más los brazos para disimular todo el afecto que le faltaba, ni tragarse las lágrimas para ocultar sus sentimientos.
No pudo volver a separarse del extraño, desde el momento en el que sus miradas anhelantes se cruzaron.
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