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L' City

Amanece un día más. Como otro cualquiera. El sol de la primavera proyecta sus rayos de forma tímida; desperezándose ante el inminente cambio de estación. Probablemente no os sea díficil si lo intento, averiguar dónde me despierto.

Todo ha cambiado porque estoy aquí. Las personas, el tiempo, el lugar y el momento. Todo eso; más y lo que dejé. Todo menos yo. Yo siempre yo, y yo siempre igual. Incluso sin saber qué soy; se estanca.

Ahora mismo no veo que las cosas vayan mal tal como están. No debería de estar escribiendo pues. No parece que tengan porque ir peor y lo que me espera a mi regreso es aún mejor.

Tengo esperanzas, ganas de seguir adelante, sueños... 

Tengo miedos, debilidades y quebraderos de cabeza.

Y por supuesto, tal perfecta simplicidad, no termina de ir conmigo. No me satisface; o eso parece.

La misma historia de nuevo. Las cosas van bien y huyo. Huyo pero no se de qué.Visto así, parece como si el objeto de mi temor fuera sentirme feliz. Pero no. Os lo prometo. No tengo miedo a arriesgar por aquello que me importa y no temo perder parte de esa felicidad si al final soy capaz de decirme a mi misma que la exploté al máximo cuando la tuve... No sé si entendeis lo que digo. Ya os he avisado; no me entiendo ni yo.

La cosa se complica, cuando despues de un largo día entre ruinas y restos de vidas pasadas, y anhelos futuros; la noche empieza a abrirse paso. El cielo oscurece y yo vuelvo a encontrarme, como en cualquier lado a estas horas con una ventanita abierta hacia todo aquello que ignoro normalmente. La música puesta, la hipersensibilidad a flor de piel y una lágrima que noto golpearme desde dentro queriendo salir. Nunca lo hacen. Pero la extraña mueca se forma igual y la pesadez en cuerpo permanece. A la segunda o tercera, es cuando me doy cuenta de que la razón de esa pesadez vuelves a ser tú. Tú, tú, tú y otra vez tú. Me siento orgullosa de haber conseguido ir abandonándote poco a poco; pero en el fondo de mi ser, mi mayor temor es que aquello sí que tuviera que pasar y que no pueda terminar de dejarte marchar. Porque el recuerdo no es bonito y no es doloroso.

Es sencillamente demasiado auténtico.


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