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Una Semana de Luces #005

Demasiado tiempo sin sentirme quieta. Por ser yo. Ya no sé que es eso, y no sé que es esto tampoco. Este tubo de escape atascado de no arrancar; oxidado cobrizo y fiable. No hace falta que sepa que es esto, porque me sale solo. No hace falta que sepa ser yo, porque nunca lo he sabido. Las pocas veces que lo he tenido claro, o ha sido por esto, o me lo han pisoteado después. Más bien las dos juntas. He tenido dos años enteritos para mí. Para desconocerme a mi misma. Para saber todo lo que no soy. Pero de tanto descartar no sé si queda algo más ahí, a lo que todavía no le hayan puesto nombre; o es que no existo en el mundo que me rodea, si no en el mio.

¿Pero cuál es ese?

Ojalá sirviera para algo más que las palabras rotas, los dolores profundos y las necesidades básicas. Ojalá sirviera para ser feliz.

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Por no saber cómo llamarte sin querer. No saber a quién me recuerdas; a qué te pareces. Humo. Espacio confuso. Tierra y carne de nadie. Mente inconscientemente condenada. Los mil y un puntitos que aparecen de intentar encontrar las estrellas en la noche de la ciudad. Están, desaparecen; como espejismos. Como espejos rotos, devuelven mil rayos de luz; mil amaneceres, mil sombras, y un sólo reflejo tuyo. Tú, inconcebible de cualquier otra manera. Hecho pedazos y trozos que contorsionan en un espacio nulo por ser inmenso. Levantas el brazo. Señalas. Allí. Donde no hay nada. Pero tu movimiento levanta polvo de estrellas y, por un momento, brillas como luz.

Y lo pierdes sin más, mientras allí donde señalabas, solo se ve el reflejo de la oscuridad que encierras. Arena negra que parece volar, cuando en realidad solo se deja llevar por la gravedad planetaria. Estática en sus maneras, cambiante a los ojos mortales. Algo que temo, por su facilidad de parecer ser algo que no es. Pero tranquila, ¿Las ves ahí? ¿Las estrellas brillantes que se acercan desde lo más alto del cielo? Es él.  No tiembles, ya no queda miedo.


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