He llegado a querer mirarlo al espejo. Como si fuera a encontrarlo ahí, y por tanto a algo real. Es tan difuso... Se confunde con todos los límites que he visto por aquí. Pasea de uno a otro lado. Se deja mecer por el viento y arrastrar por el mar. Allí. Donde sea. Es tan difuso, que apenas queda neblina ya por aquí. Apereció y se extendió, se propagó allá donde pudo. Pero mi cabeza no pudo ya más. Se concentraba todo ese asqueroso polvo en algún rincón entre la felicidad y los libros que leí de adolescente. Digo yo que andaría por ahí, en alguno de esos sitios a los que ya nadie nunca va. Ahora está todo revuelto. Se ha levantado todo de su sitio, desordenado, trastocado y enmarañado. Cómo para que nadie encuentre algo ahi arriba ahora.
Porque, si antes era un problema arrinconado, ahora que cubre toda mi cabeza, no es más que un fino velo intocable. Algo irresoluble por su inconsistencia.
Escamas brillantes. Cuanta más luz, más reflejos desechan al aire. Rodéala y mantente cerca y verás lo bella que es. Te seduce cómo se mueve y esos colores refulgentes que parece estar enseñándote solo a tí. Se acerca y sisea. Te acaricia y enseña sus colmillos. Reptil y como todos, con dos caras. Es peligroso y egoísta, envolvente y seductor. Veo como se retuerce y me pregunto cuál me creo más, cuál es más real. Provoca que me acerque. Desde su altura, en el suelo, veo esos ojos amarillo macilento. No me inspiran confiaza y siento rechazo. Luego se mueve y sus brillos azul plata y me hipnotizan de nuevo ¿Qué hago? Me inmoviliza ahí. En el suelo. Solo de ver cómo se mueve. Dejo de respirar durante demasiadas pulsaciones. Me sobrecoge ese ruido que hace contra la arena.
Cuando se me acerca de nuevo, sé que es la última vez que lo hace. No habrá más veces que esa. Se desliza hacia mi cuello y yo me dejo caer ¿Qué queda ya? Miro al cielo oscuro y me encuentro de nuevo con las dos piedras en bruto rasgadas por el abismo que utiliza para mirarme. Por última vez, cierro los ojos. Noto su piel elastica y gruesa del color de la luna rodear mi cuello.
Por última vez.
Porque, si antes era un problema arrinconado, ahora que cubre toda mi cabeza, no es más que un fino velo intocable. Algo irresoluble por su inconsistencia.
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Escamas brillantes. Cuanta más luz, más reflejos desechan al aire. Rodéala y mantente cerca y verás lo bella que es. Te seduce cómo se mueve y esos colores refulgentes que parece estar enseñándote solo a tí. Se acerca y sisea. Te acaricia y enseña sus colmillos. Reptil y como todos, con dos caras. Es peligroso y egoísta, envolvente y seductor. Veo como se retuerce y me pregunto cuál me creo más, cuál es más real. Provoca que me acerque. Desde su altura, en el suelo, veo esos ojos amarillo macilento. No me inspiran confiaza y siento rechazo. Luego se mueve y sus brillos azul plata y me hipnotizan de nuevo ¿Qué hago? Me inmoviliza ahí. En el suelo. Solo de ver cómo se mueve. Dejo de respirar durante demasiadas pulsaciones. Me sobrecoge ese ruido que hace contra la arena.
Cuando se me acerca de nuevo, sé que es la última vez que lo hace. No habrá más veces que esa. Se desliza hacia mi cuello y yo me dejo caer ¿Qué queda ya? Miro al cielo oscuro y me encuentro de nuevo con las dos piedras en bruto rasgadas por el abismo que utiliza para mirarme. Por última vez, cierro los ojos. Noto su piel elastica y gruesa del color de la luna rodear mi cuello.
Por última vez.
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