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Bienvenida.

Aunque que me canse y vengan miles de días grises


y mis palabras quieran rendirse ante la lluvia en el cristal”
- Maldita Nerea
Tensión y lastre.

Sólo conozco el ardor de la bolsita de té en los dedos cuando la estrujo contra la cuchara. El sabor amargo que se queda en la boca. La sensación de tener los pómulos encendidos. Y el dolor de espalda.

Querer destensar el cuerpo y pensar en algo mejor. Inundar tu cabeza con esa convicción, de que tu mente sabe qué es lo correcto para tu otra mitad. Fracasar. Y sentir las lágrimas dando mazazos. El vacío desde el estómago hasta la garganta y la respiración cortada.

Pensar que todo se está acabando y abrir los ojos para ver que todo sigue ahí.

Tan genial como siempre. Tan mal como nunca pareció que iba a estar.

Todo está quieto. Tal y como dejas las cosas, están al volver a pasar.

Me falta todo lo que estaba en ese hueco del estómago. Sigo sin saber qué es; pero no dejo de pensar en esos momentos, en lo que era no estar aquí, en la Ciudad del Emperador.

Si era este el camino que de verdad tenía que coger. Si en algún momento no he sido demasiado cobarde inconscientemente; demasiado valiente a sabiendas.

¿A sabiendas de lo que podía pasar?

No. Eso nunca llegué a imaginármelo. Para bien por no dejar pasar al miedo, para mal porque pude ser demasiado ingenua. Odio usar el condicional. Pero a estas alturas no me queda otra alternativa. No hay nada que sepa a ciencia cierta de aquí a cinco días. Y prometo que acabo de hacer cuentas; no sale un número mayor a ese.

Será esa vida acelerada que he llevado la que ahora me tiene ahora condenada a frenar en seco, y dejar que la incertidumbre se convierta en una de esas cosas más con las que tengo que contar; por aquello de que ahora, al fin, estoy sola sin cambio ni devolución.




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