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Dead End

Todas las señales apuntan a una sóla cosa. Me hallo al borde de un precipicio.

Ya me he saltado todas las señales de aviso, los círculos rojos y blancos de prohibido el paso, las tiras negras y amarillas, los signos de exclamación de tamaños desorbitados. He roto con todas las barreras que creía existían en mí y más. Y es que las cosas, sinceramnete, no podrían ir peor.

Y yo no podría estar más tranquila. No recuerdo una sensación semejante de paz y aburrimiento ni en aquellos momentos en los que era lo que se esperaba de mí. Aquí estoy. Llego y me tumbo y dejo escapar un par de maldiciones al aire después de un día terrible y que a pesar de todo no me lo parece. Soy incapaz de verlo tan mal.

Y creédme que intento convencerme a mi misma de lo realmente grave de la situación . Yo soy un barco, y el barco se hunde. Con una rápidez que pretende eclipsar a la del Titanic.

Me hallo sola. De nuevo el mundo gira y gira y se mueve en su constante ritmo frenético dejándome sin aliento mientras contemplo como pasan las horas, los días, las semanas y todos los momentos que se atesoran parecen llegarme siempre en tercera persona. Yo, cada día más harta del sentimiento de asco que le tengo a mi persona porque es terriblemente agotador y cada día más convencida de mi completa negatividad a la hora de afrontar el mundo. Es irremediable. Por si creíais que ya lo sabías todo, ahora resulta que no soy capaz de responder a las desde hace años inamovibles expectativas acerca de mis capacidades y mi persona. Lo que obviamente nos deja con una confusión y un lío de dimensiones desproporcionadas.

Que no me molesto ni en ojear. Porque todo eso lo sé y lo tengo realmente claro. Lo aparto y lo tacho de inútil. Porque lo es.

Sólo me queda la inseguridad, que sí, antes era propia de mí, pero gracias al fracaso de mis esfuerzos se ve maximizada y ocupa desde la semana pasada la primera plana de la historia de mi vida. Y ésto. Siempre mío y siempre abierto, siempre útil pero falto de soluciones prácticas.



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