No sabría si llamar a esto ahora mismo inspiración. No sabría llamar ya nada de esto que me viene cuando escribo. Cuando te escribo. No te emociones, tal vez lo habré hecho un par de veces. Pensado como cientas, pero debe ser, que me golpea en el cráneo el orgullo desde dentro y me pregunta '¿Para qué?'
He salido hoy de la casa sombría. Ni siquiera me he despedido de los gatos y tras fumarme el último cigarro del fin de semana (a ver quien se traga eso) con la persona a la que más cariño le he podido ganar en los últimos años, me he enchufado y sumergido en ese mundo que es tan mío como pocas cosas lo han llegado a ser. Con las manos manchadas de grasa y sal, pocos metros más allá me he acordado de ti y me he reído. Para mí. Por ti. Para adentro.
Resulta que no, no eres único. Ni inigualable ni irrepetible. Ni tenías derecho a dañarme. Hoy mismo te he visto en tinder. Bueno, mejor dicho a una versión fotogénica de lo que me enseñaste que eras. No he visto a quien yo creí que fuiste durante ese invierno de cuento de hadas americano. Mi palacio era una habitación de 25m2 y calefacción que había que encender en la cocina todos los días, y tú, poco más que uno de los espejismos que recuerdo de esa ciudad. Estabas en las esquinas. En las canciones que no se me despegaban del cuerpo. En las nubes que teñían los días de sol y las hojas que cayeron en otoño. Eras parte de esa bici que crujía al pedalear y de la chaqueta acolchada que llevaba para no helarme mientras cogía velocidad.
Hoy te he visto y me he reído de mi ingenuidad. De mi rabia. De mi obvio dolor y la cicatriz que da igual cuantas veces quiera tapar, vuelve a infectarse y emponzoña los últimos días antes de que se hiele el agua fuera y yo tenga que volver a encender la condenada calefacción.
Me he reído de que, tinder me ha enseñado más sobre mi misma y las relaciones que lo que tú has hecho. Inesperadamente me ha dejado ver lo confundida y aferrada que estoy a mis dichosas expectativas, a mi cuerpo, a mis prejuicios... Si era eso lo que tenías que decirme, ya no hace falta que te molestes en escribir tres líneas, los dos sabemos que tardarías dos semanas en hacerlo. Me ha hecho entender que soy cobarde, que soy soñadora, insegura, y que desde luego, tengo alguna cosa que arreglar, porque sí; sigo queriendo que alguien me rescate.
He seguido caminando y me he hecho ver a mi misma, que pese a todo, soy fuerte. Soy mujer, y me podría dar lo mismo todo en realidad. Soy sexy. Me miren por la calle o no. Des explicaciones o no, nunca pensé en dejar de ser lo que soy. Tampoco te olvidé, y—que quede por escrito—jamás dije lo contrario. Eres una espina como todas las demás. Tu fantasma es el que me lleva persiguiendo ya demasiado tiempo. La proyección, de aquello que temo, que espero, y que sufro de ti. Y tú eres una proyección de lo que espero no encontrarme demasiado a menudo en mi vida. Juzgas, pasas, te miras al ombligo, y lo peor es que es sin intención y sin acordarte nunca de nada.
He llegado hoy a nuestra calle y no he buscado el foco torcido en la fachada. No he elevado la mirada para comprobar si las cortinas de lo que fue tu habitación siguen siendo grises. Me da igual.
He entrado aquí cantando a pleno pulmón. No espero que lo entiendas, pero siempre he querido escribirte una carta. No sé para qué, pero sea lo que sea, lo haría por mí y no por ti. Y sin ser esto lo que esperaba que desvelaran mis dedos sobre el teclado, me he sentado a escribirte. Al fin. De nuevo. Quizás fin, pero quién sabe.
Estoy más cabreada de lo que creía. Más dispuesta a mandarte a la mierda de lo que sospechaba. Me duele el dedo meñique del pie del golpe contra la madera de las escaleras. Mañana me marcho. No te entiendo ni creo poder hacerlo nunca. Empiezo a dudar en sí realmente me importa. El bigote te hace parecer un director porno o un tío insoportable que se las da de intelectual en un bar.
Quizás te escriba la semana que viene. Puede que no. No sería la primera vez que me digo eso mismo y no lo hago.
Antes de despedirme y dormir durante 4 horas para despertarme de nuevo quiero agradecerle a la música que haya estado ahí para todo, para que se me salten las lágrimas, para dejarme ser cabezota, ayudarme a ser fuerte, sufrir por dentro y aguantar las horas sin dormir en uno de los momentos más difíciles de mi vida en los que tú, no hiciste más que enredarlo todo tres veces más.
https://open.spotify.com/playlist/37i9dQZF1EpAmySLVdSpK2?si=BRMwiBQaSHyy1as6lm27og
He salido hoy de la casa sombría. Ni siquiera me he despedido de los gatos y tras fumarme el último cigarro del fin de semana (a ver quien se traga eso) con la persona a la que más cariño le he podido ganar en los últimos años, me he enchufado y sumergido en ese mundo que es tan mío como pocas cosas lo han llegado a ser. Con las manos manchadas de grasa y sal, pocos metros más allá me he acordado de ti y me he reído. Para mí. Por ti. Para adentro.
Resulta que no, no eres único. Ni inigualable ni irrepetible. Ni tenías derecho a dañarme. Hoy mismo te he visto en tinder. Bueno, mejor dicho a una versión fotogénica de lo que me enseñaste que eras. No he visto a quien yo creí que fuiste durante ese invierno de cuento de hadas americano. Mi palacio era una habitación de 25m2 y calefacción que había que encender en la cocina todos los días, y tú, poco más que uno de los espejismos que recuerdo de esa ciudad. Estabas en las esquinas. En las canciones que no se me despegaban del cuerpo. En las nubes que teñían los días de sol y las hojas que cayeron en otoño. Eras parte de esa bici que crujía al pedalear y de la chaqueta acolchada que llevaba para no helarme mientras cogía velocidad.
Hoy te he visto y me he reído de mi ingenuidad. De mi rabia. De mi obvio dolor y la cicatriz que da igual cuantas veces quiera tapar, vuelve a infectarse y emponzoña los últimos días antes de que se hiele el agua fuera y yo tenga que volver a encender la condenada calefacción.
Me he reído de que, tinder me ha enseñado más sobre mi misma y las relaciones que lo que tú has hecho. Inesperadamente me ha dejado ver lo confundida y aferrada que estoy a mis dichosas expectativas, a mi cuerpo, a mis prejuicios... Si era eso lo que tenías que decirme, ya no hace falta que te molestes en escribir tres líneas, los dos sabemos que tardarías dos semanas en hacerlo. Me ha hecho entender que soy cobarde, que soy soñadora, insegura, y que desde luego, tengo alguna cosa que arreglar, porque sí; sigo queriendo que alguien me rescate.
He seguido caminando y me he hecho ver a mi misma, que pese a todo, soy fuerte. Soy mujer, y me podría dar lo mismo todo en realidad. Soy sexy. Me miren por la calle o no. Des explicaciones o no, nunca pensé en dejar de ser lo que soy. Tampoco te olvidé, y—que quede por escrito—jamás dije lo contrario. Eres una espina como todas las demás. Tu fantasma es el que me lleva persiguiendo ya demasiado tiempo. La proyección, de aquello que temo, que espero, y que sufro de ti. Y tú eres una proyección de lo que espero no encontrarme demasiado a menudo en mi vida. Juzgas, pasas, te miras al ombligo, y lo peor es que es sin intención y sin acordarte nunca de nada.
He llegado hoy a nuestra calle y no he buscado el foco torcido en la fachada. No he elevado la mirada para comprobar si las cortinas de lo que fue tu habitación siguen siendo grises. Me da igual.
He entrado aquí cantando a pleno pulmón. No espero que lo entiendas, pero siempre he querido escribirte una carta. No sé para qué, pero sea lo que sea, lo haría por mí y no por ti. Y sin ser esto lo que esperaba que desvelaran mis dedos sobre el teclado, me he sentado a escribirte. Al fin. De nuevo. Quizás fin, pero quién sabe.
Estoy más cabreada de lo que creía. Más dispuesta a mandarte a la mierda de lo que sospechaba. Me duele el dedo meñique del pie del golpe contra la madera de las escaleras. Mañana me marcho. No te entiendo ni creo poder hacerlo nunca. Empiezo a dudar en sí realmente me importa. El bigote te hace parecer un director porno o un tío insoportable que se las da de intelectual en un bar.
Quizás te escriba la semana que viene. Puede que no. No sería la primera vez que me digo eso mismo y no lo hago.
Antes de despedirme y dormir durante 4 horas para despertarme de nuevo quiero agradecerle a la música que haya estado ahí para todo, para que se me salten las lágrimas, para dejarme ser cabezota, ayudarme a ser fuerte, sufrir por dentro y aguantar las horas sin dormir en uno de los momentos más difíciles de mi vida en los que tú, no hiciste más que enredarlo todo tres veces más.
https://open.spotify.com/playlist/37i9dQZF1EpAmySLVdSpK2?si=BRMwiBQaSHyy1as6lm27og
Photo by me. All rights reserved.
Comentarios
Publicar un comentario