La propia condena a la que la conciencia nos somete es en cualquier forma mayor y más permanente que el castigo impuesto realmente.
De todas las maneras posibles, sea lo que sea lo que ocurra; todo acabara siempre dependiendo de a qué y cómo nos queramos enfrentar a lo que viene. Así se desarrollan facetas de las personas; comportamientos que tantas veces creemos definen a alguien. Pero, a decir verdad ese desarrollo es en su mayoría dependiente - por contradictorio que pueda sonar - de lo ocurrido y el estado en el que te encuentres. De modo que no pueden definir tanto la verdadera forma de ser de alguien; si no más bien, lo que ven a través de sus ojos en el momento.
Os cuento todo esto porque odio ser juzgada por algo que no soy. No soy nada de lo que soy aquí o el último mes. Soy otra. Otra totalmente distinta, a la que prefiero antes que la tonta de pocas luces; melancólica y pesimista que parece invadirme tanto. Porque antes era sólo eso; una parte de mí que me invadía cuando veía el momento correcto y que en realidad a nadie molestaba, si no que ayudaba a desahogarme y liberarme siempre.
Claro que imaginaos, que ser una persona susceptible y sensible rozando el débil; no es nada de lo que guste presumir a nadie. 20 horas al día; 7 días a la semana. Ahora me veo a mi misma como un completo zombie. Vago ininterrumpidamente con la mirada perdida, y demasiado tiempo para pensar en absolutamente todo lo que ocurra. No niego que sirva; pero sólo en pequeñas cantidades y no de forma constante porque empiezas a sobreanalizarlo todo.
En estado vegetativo desde que he conseguido añadir a la lista de infortunios otras veinte cosas mínimo que no soporto; todas muy diversas y descabelladas a las que realmente ni yo misma soy capaz de encontrar sentido y un número considerable también de contradicciones internas que si que me soy completamente imposibles de razonar.
Y, después de todo y aunque desde luego se trate precisamente de empezar a dejar de buscar soluciones y lógica a todo, no encontrarlas, no es precisamente aliviante y no hace a nadie sentir mejor, si no hay algo que de verdad mejore. Os aseguro, que así es muy difícil no plantearse padecer de algún tipo de dolencia pasajera psicológica, sencillamente por lo asombroso del hecho de no poder identificar qué demonios pasa ahí dentro como para que os sintáis tan poco acogidos en vuestra propia piel.
De todas las maneras posibles, sea lo que sea lo que ocurra; todo acabara siempre dependiendo de a qué y cómo nos queramos enfrentar a lo que viene. Así se desarrollan facetas de las personas; comportamientos que tantas veces creemos definen a alguien. Pero, a decir verdad ese desarrollo es en su mayoría dependiente - por contradictorio que pueda sonar - de lo ocurrido y el estado en el que te encuentres. De modo que no pueden definir tanto la verdadera forma de ser de alguien; si no más bien, lo que ven a través de sus ojos en el momento.
Os cuento todo esto porque odio ser juzgada por algo que no soy. No soy nada de lo que soy aquí o el último mes. Soy otra. Otra totalmente distinta, a la que prefiero antes que la tonta de pocas luces; melancólica y pesimista que parece invadirme tanto. Porque antes era sólo eso; una parte de mí que me invadía cuando veía el momento correcto y que en realidad a nadie molestaba, si no que ayudaba a desahogarme y liberarme siempre.
Claro que imaginaos, que ser una persona susceptible y sensible rozando el débil; no es nada de lo que guste presumir a nadie. 20 horas al día; 7 días a la semana. Ahora me veo a mi misma como un completo zombie. Vago ininterrumpidamente con la mirada perdida, y demasiado tiempo para pensar en absolutamente todo lo que ocurra. No niego que sirva; pero sólo en pequeñas cantidades y no de forma constante porque empiezas a sobreanalizarlo todo.
En estado vegetativo desde que he conseguido añadir a la lista de infortunios otras veinte cosas mínimo que no soporto; todas muy diversas y descabelladas a las que realmente ni yo misma soy capaz de encontrar sentido y un número considerable también de contradicciones internas que si que me soy completamente imposibles de razonar.
Y, después de todo y aunque desde luego se trate precisamente de empezar a dejar de buscar soluciones y lógica a todo, no encontrarlas, no es precisamente aliviante y no hace a nadie sentir mejor, si no hay algo que de verdad mejore. Os aseguro, que así es muy difícil no plantearse padecer de algún tipo de dolencia pasajera psicológica, sencillamente por lo asombroso del hecho de no poder identificar qué demonios pasa ahí dentro como para que os sintáis tan poco acogidos en vuestra propia piel.
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