Para y emerge.
Contemplando durante una bocanada de aire la inmensidad del desierto que se extiende hasta más allá de donde alcanzan sus escocidos ojos, decide finalmente enfrentarse a sus pensamientos. El reflejo del sol parece formar parte de el agua turquesa a través de la cual vislumbra nítidamente sus vacilantes piernas.
Odiaba aquello. Esa sensación de inestabilidad; de estar colgando. Siempre temblorosa y llena de incertidumbre. Nunca estaba segura. O nunca se sentía así. Envidiaba a aquellos, que eran capaces de salir y enfrentarse a un nuevo día con ciega convicción. En algo. En que todo acabaría por salir bien.
Hacía ya tanto tiempo que no era capaz de eso... De que las cosas fueran fáciles, sólo porque ella lo deseara.
Se encontró cruzando los brazos sobre un borde casi inexistente y por enésima vez evitó mirar abajo. Apoyó la cabeza sobre los brazos y comenzó a batir las piernas distraídamente, lo que cómo todo lo que hacía le aportó un aspecto infantil y sumamente torpe. Le gustaba el sitio, las vistas... eran atemorizantes y majestuosas. Era el lugar más parecido a la tranquilidad tangible que podría haberse imaginado.
Si...
Como siempre, comenzó a notar cómo la sonrisa que se le había formado de forma tan inocente mientras admiraba el familiar contraste entre la piedra roja y la superficie mansa inyectada en aguamarina líquida, tal y como ella tendía a imaginársela; se desvanecía. La cara le cambiaba por completo de un momento a otro; tan pronto se sentía feliz, liberada por empatía hacia todo lo que la rodeaba como se sentía después a años luz del recuerdo de sencillez que la había invadido... y volvía a recordar.
Se tumbó hacia atrás casi sin darse cuenta y comenzó a flotar, más allá que sobre el agua. Se perdía muy fácilmente en sus pensamientos y lo sabía. Tenía un lado bastante solitario. Pero además de solitario era excesivamente reflexivo. Comenzaba pensando en él, en el sentimiento de rechazo o en la inevitable pregunta y siempre acababa en cosas abstractas, que poco tenían que ver a ojos de cualquier otro; y sin ninguna respuesta.
Se dió la vuelta sumergiendo la cara en el agua y acudió un reto silencioso.
¿Cuánto aguantaría?
Siguió dándole vueltas... Había formas de distraerse y hacerse creer a si misma que lo había superado todo. Eso ya lo había probado una y mil veces antes y nunca daba resultado.
Sabía que tenía que encontrar las enterradas fuerzas para dejarse llevar de una vez y por todas y salir de dondequiera que se hallara aquel lugar tan perfecto. Encontrar el valor de enfrentarse a lo que la esperara fuera y entonces quizás volvería a [...]
No aguantaba más. Respiró profunda y ansiosamente.
A ser la misma de antes. A la que por lo menos sabía que prefería a quien quiera que fuera ahora.
Echó un último vistazo por encima del hombro al infinito rocoso de colores vivos y lanzó un suspiro de exasperación que jamás llegaría nadie a comprender. Pasar allí las horas la terminaba poniendo sumamente nerviosa. Se sentía impotente.
Dió media vuelta y echó a andar en dirección contraria a dónde la mandaban todos sus sentidos. Por la escalinata blanca, el cuerpo centelleante, hasta el suelo de mármol.
De vuelta.
Contemplando durante una bocanada de aire la inmensidad del desierto que se extiende hasta más allá de donde alcanzan sus escocidos ojos, decide finalmente enfrentarse a sus pensamientos. El reflejo del sol parece formar parte de el agua turquesa a través de la cual vislumbra nítidamente sus vacilantes piernas.
Odiaba aquello. Esa sensación de inestabilidad; de estar colgando. Siempre temblorosa y llena de incertidumbre. Nunca estaba segura. O nunca se sentía así. Envidiaba a aquellos, que eran capaces de salir y enfrentarse a un nuevo día con ciega convicción. En algo. En que todo acabaría por salir bien.
Hacía ya tanto tiempo que no era capaz de eso... De que las cosas fueran fáciles, sólo porque ella lo deseara.
Se encontró cruzando los brazos sobre un borde casi inexistente y por enésima vez evitó mirar abajo. Apoyó la cabeza sobre los brazos y comenzó a batir las piernas distraídamente, lo que cómo todo lo que hacía le aportó un aspecto infantil y sumamente torpe. Le gustaba el sitio, las vistas... eran atemorizantes y majestuosas. Era el lugar más parecido a la tranquilidad tangible que podría haberse imaginado.
Si...
Como siempre, comenzó a notar cómo la sonrisa que se le había formado de forma tan inocente mientras admiraba el familiar contraste entre la piedra roja y la superficie mansa inyectada en aguamarina líquida, tal y como ella tendía a imaginársela; se desvanecía. La cara le cambiaba por completo de un momento a otro; tan pronto se sentía feliz, liberada por empatía hacia todo lo que la rodeaba como se sentía después a años luz del recuerdo de sencillez que la había invadido... y volvía a recordar.
Se tumbó hacia atrás casi sin darse cuenta y comenzó a flotar, más allá que sobre el agua. Se perdía muy fácilmente en sus pensamientos y lo sabía. Tenía un lado bastante solitario. Pero además de solitario era excesivamente reflexivo. Comenzaba pensando en él, en el sentimiento de rechazo o en la inevitable pregunta y siempre acababa en cosas abstractas, que poco tenían que ver a ojos de cualquier otro; y sin ninguna respuesta.
Se dió la vuelta sumergiendo la cara en el agua y acudió un reto silencioso.
¿Cuánto aguantaría?
Siguió dándole vueltas... Había formas de distraerse y hacerse creer a si misma que lo había superado todo. Eso ya lo había probado una y mil veces antes y nunca daba resultado.
Sabía que tenía que encontrar las enterradas fuerzas para dejarse llevar de una vez y por todas y salir de dondequiera que se hallara aquel lugar tan perfecto. Encontrar el valor de enfrentarse a lo que la esperara fuera y entonces quizás volvería a [...]
No aguantaba más. Respiró profunda y ansiosamente.
A ser la misma de antes. A la que por lo menos sabía que prefería a quien quiera que fuera ahora.
Echó un último vistazo por encima del hombro al infinito rocoso de colores vivos y lanzó un suspiro de exasperación que jamás llegaría nadie a comprender. Pasar allí las horas la terminaba poniendo sumamente nerviosa. Se sentía impotente.
Dió media vuelta y echó a andar en dirección contraria a dónde la mandaban todos sus sentidos. Por la escalinata blanca, el cuerpo centelleante, hasta el suelo de mármol.
De vuelta.
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