[...]
Todo lo decidida que se puede estar, sin saber dónde iras a parar la próxima vez, contemplo la siguiente sala. Líneas interminables verticales cubren la pared. Dos colores de azul que casi eran verdes, palideciendo ambos matices. De nuevo ribetes y paneles; todo como en las salas anteriores, pero ahora... Son distintos. Más humildes y menos cargados de opulencia. No son dorados. Tienen un color como gastado. Gastado por años de estar expuestos a...
Un momento... Parece que escucho algo. Que rompe el impecable silencio de la galería. Pero se marcha igual que viene, y no me apetece pararme a analizar ahora mismo. No mientras no sea bello; mientras tenga que juzgar y volver a racionalizar todos mis pensamientos y enterrar mis sentidos. Eso esta para otras cosas. La vida real por ejemplo.
Enmarcado, fino, y extraordinariamente pequeño dentro de la inmensa marea azul que lo envolvía estaba el cuadro. Me acerqué. Mucho.
No fue hasta entonces cuando vislumbré la imagen que estaba encerrada en el diminuto marco: Un cielo rosado y unas nubes grises arromolinadas; el cielo despejándose. El mar embravecido perdiendo fuerza y dando paso a olas que se mecían en la orilla. Todo lo bravo que le quedaba al elemento lo pagaba con las rocas a la derecha, que limitaban una cala tan poco humana que podría haber sido una imagen de milenios atrás. Al fondo marcado por la textura del óleo, unos acantilados negros como el carbón, terminando en el mar con riscos y piedra afilada.
El viento soplaba con fuerza, pero la tormenta marchaba a encontrar otro lugar que perturbar y el silencio se quebraba únicamente con el sonido de las olas al estalla contra las rocas en la orilla; desacompasadas. Eso era lo que escuchaba. El corto vello de los brazos erizado; lo sé sin mirar, pero no sé si se trata de la fría brisa del mar o la sobrecogedora escena: Un atardecer amenazador y empolvado, el sol brillando todavía potente y tiñendo los vestigios del desastre de luz. El contraste más espeluznante entre el brillo y tinieblas que permanecen debatiendose en el paisaje.
En el cuadro. Porque vuelve a ser ese pequeñito lienzo en la habitación.
Reticente, doy media vuelta. Y echo a andar hacia donde sé me espera la siguiente sala; lista para mostrarme algo más. Me froto lo brazos. Tengo los pelos de punta hasta la nuca y la melena revuelta de un viento que no existe.
[...]
Comentarios
Publicar un comentario