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Horizonte.

La primera desde el estado de ensoñación.

No se si podreis siquiera intentar entenderme. El paisaje se muestra turbio y desconocido ante mi. Me imagino mil y un sitios en los que estar antes que aquí. Todos ellos mejores en algún sentido.

No me imagino una música más perfectamente permanente. Es todo aquello que me habría imaginado, más algún que otro rayo de sol u otra nube perdida; suspendida en mitad de la nada más absoluta.

Eclipsados quedan los anhelos y deseos de una niña que algún día creyó en el amor. No os preocupéis. No es triste. No ha dejado de creer en él. Ha inventado un mundo en que su propia definición de amor es la correcta y admitida por todos. O eso se hace creer a si misma.
Los anhelos de una juventud vivida a medias entre presión y opresión la han hecho ser quien es ahora. Y aunque ha costado recorrer el largo camino que eso supone; hemos llegado al punto en que las arcaicas enseñanzas empiezan a cobrar sentido.

Sin sufrimiento no hay paraíso; no hay descanso.

Un descanso tan idílico como ficticio a quien nadie parece prestarle atención. Está ahí. Jamás se os liberará de la carga que supone abrir los ojos cada mañana, pero eso no significa que esa carga vaya a ser permanente o pesada. Forma parte de esa cosa tan extraña que intentamos marcar como cumplida todos los días.

Vivir.

Es tan importante como tener nombre por el que ser reconocido; razones para apartar las sábanas o amor que apreciar.

Y de eso hay mucho que descubrir.
Más que continentes jamás habrá en este o cualquier mundo.

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