Busco el entumecimiento y el oscuro. La caída del telón y la eterna banda sonora. Un momento completamente perfecto para el sonido de descarga disruptiva que tanto amo. Esa tensión y carga emocional que me transmiten aquellos sonidos y que liberan a su vez, dejándome como abierta en canal; como expuesta a a lo peor que me viene desde dentro.
Tengo esa sensación de que me pierdo y me encuentro a la vez. En un sitio al que caigo como precipitándome al agua. Lentamente. Como sumergiéndome en un sueño de seda que me envuelve.
Y sigo cayendo. A lo más profundo y oscuro, mientras a mi alrededor sólo veo negro. Siento que extraño algo, y no es mi consciencia. Parece faltar un abrazo que me protega de la inmensidad.
Pienso, que el frío húmedo es agradable. Es como flotar en mi propia incertidumbre y mirar la extensión de mi ignorancia. Vasta. Infinita. Todos los errores y las alternativas, todo lo que alguna vez deseche en favor de otra cosa que creía mejor para mí. Todo ese Gran Quizás. Ahí nado. Ahí sumida esta mi consciencia. Me encanta pensar en ese mar de posibilidades rechazadas. Un mar hecho de todos los trocitos que no soy y que alguna vez me he planteado ser. Imaginarme que siguen ahí todas esas cosas, que siento tan mías como lo que soy de verdad; significa que no he perdido nada de camino, que siempre puedo hundirme ahí a echar un vistazo a qué podría estar haciendo mejor, y que hago mejor ahora que de otra manera. Me hace sonreír pensar en que me he convertido en partes malas y buenas de un todo. Y me hace gracia como todos, o si no todos la gran mayoría de errores, los cometí yo; yo y sólo yo.
El mundo, pasa fuera. Fuera del agua os quiero decir. Paso el tiempo pataleando en la superficie, secándome la cara al sol, el viento, el polvo. Miro el mundo, me dejo mecer por la olas, dejo que las corrientes me arrastren y me devuelvan a mi sitio. Nunca acabo muy lejos. Observo como cambia el paisaje con el paso del tiempo; con cada día y cada noche, con cada estación que cambia. Veo como todo lo demás se deja llevar también.
A veces cuando oteo el horizonte veo tormentas. Grandes y pequeñas. Peligrosas o simples nubarrones. Pero siempre que las veo, se que va a llover, ahí donde las nubes ensombrecen el mar y el horizonte. Lo sé porque yo misma, a veces cuando emerjo de la profundidad me encuentro con una, que se desata sobre mi cabeza inexorable; y en un gesto encoge mi rostro, mojándolo con la lluvia cuando menos me lo espero. Lo que más me gusta de todo, es escuchar el estallido de la tormenta a tiempo como para saber que no tengo porque salir el día que llueve. Son ruidosas siempre y el mar se remueve. A veces la olas se vuelven violentas y se levantan, y la tormenta se vuelve tan terrible dentro como fuera del agua. Pero si tienes suerte y te quedas ahí sumergida, puedes ver como el cielo se oscurece y la lluvia cae sobre la superficie creando ondas y sonidos desagradables, mientras el viento chilla siendo incapaz de levantar nada. Y tú, debajo, sólo ves el mal tiempo desaparecer, sin poder perturbar la marea. Y cuando pasas el día sumergido, es genial salir de noche, cuando el viento amaina y la tormenta sigue su camino. Pasan las horas mirando la oscuridad y contemplando estrellas, que brillan ahora que nadie compite con ellas.
Paso la mayoría del tiempo pataleando y debatiéndome en la superficie. No es tan contemplativo como parece a primeras. Fuera del agua hay miles de cosas que pinchan, dan golpes y hacen daño.
Hace mucho, muchísimo calor a veces; me quemo cuando la fuerza invisible me retiene alli arriba.
Hace mucho, pero mucísimo frio otras; los dientes castañean, y yo tirito cuando el viento azota la superficie. Se me reseca la piel a la intemperie. Y, lo peor de todo. El mundo de ahí fuera es terrible e inevitablemente solitario. Tengo entendido, que al contrario de lo que parece este no es sólo mi mar.
Es el mar del Gran Quizás de muchos. Como muchos flotan a la deriva se supone, como yo. Siempre me he dicho, que cuando veo una tormenta o el sol brillante a lo lejos, puede que haya alguien mojándose o disfrutando de un buen día en otro trocito de mar. Pero no los busco. Porque serán como yo en ese caso. Personas, felices y no tanto en sus mares infinitos. Solitarios y con cabezas llenas de cosas, y ellos, llenos de ganas de sumergirse a vivir sus pequeños cachitos de lo que pudo ser. Por eso no los busco. Por eso, y porque ellos tampoco me buscan a mí.
El tiempo se pasa a veces muy lento cuando estoy en la superficie. Rara vez nado de verdad, empleando mi energía para moverme hacia un lugar en concreto, y cuando lo hago es porque veo a lo lejos algo que me es extraño. Algo digno de contemplar y por lo que emerger la próxima vez. Normalmente es entonces cuando mi tiempo en la superficie se me pasa rápido. Entoces si que es bonito de verdad patalear.
La mayoría del tiempo la paso de camino, flotando sin rumbo fijo; y duele. Duele y cansa. Duele el agua y la sal en las heridas, duele la soledad; cansa oir el agua envolverte y entrar en los oídos, cansa el sabor de la sal. Y no tarda en sobrepasarme la banalidad de la superficie. Es entonces cuando cierro los ojos, grito y me retuerzo hasta que algo de todo ese arraque de actividad, me alivia de alguna manera. Pero cuando lo hago hasta el punto de que noto como se humedecen las esquinas de los ojos desde dentro, es cuando ocurre la mejor de las maravillas de mi mar; vasto e infinito.
Es entonces, cuando invandida por la calma, respiro por última vez en la superficie y me tapo la nariz. Algo viene, o tira de mi desde dentro; y mi cuerpo es arrastrado lejos de mi enemiga, hacia lo profundo. No esa profindidad en la que me mantengo yo sola a veces. No la profundidad en la que me duermo; si no mucho, mucho más adentro. Donde la corriente es helada y el agua se vuelva negra y como más densa. Ahí donde pierdo el conocimiento de lo que está pasando allí, y mi mente vaga y vaga entre vividos recuerdos que no son míos. Que no lo son porque no los he vivido. Allí es donde busco el entumecimiento y el oscuro. Veo caer el telón y suena la eterna banda sonora. Un momento complatamente perfecto; oigo el sonido de descarga disruptiva que me es tan familiar y lejano. Sonidos que me cargan y me liberan a su vez, dejándome como abierta en canal; como expuesta a a lo peor que me viene desde dentro.
Todo lo que me viene desde dentro y esta a mi alrededor flotando; parte de lo que me rodea en estas profundidades.
Tengo esa sensación de que me pierdo y me encuentro a la vez. En un sitio al que caigo como precipitándome al agua. Lentamente. Como sumergiéndome en un sueño de seda que me envuelve.
Y sigo cayendo. A lo más profundo y oscuro, mientras a mi alrededor sólo veo negro. Siento que extraño algo, y no es mi consciencia. Parece faltar un abrazo que me protega de la inmensidad.
Pienso, que el frío húmedo es agradable. Es como flotar en mi propia incertidumbre y mirar la extensión de mi ignorancia. Vasta. Infinita. Todos los errores y las alternativas, todo lo que alguna vez deseche en favor de otra cosa que creía mejor para mí. Todo ese Gran Quizás. Ahí nado. Ahí sumida esta mi consciencia. Me encanta pensar en ese mar de posibilidades rechazadas. Un mar hecho de todos los trocitos que no soy y que alguna vez me he planteado ser. Imaginarme que siguen ahí todas esas cosas, que siento tan mías como lo que soy de verdad; significa que no he perdido nada de camino, que siempre puedo hundirme ahí a echar un vistazo a qué podría estar haciendo mejor, y que hago mejor ahora que de otra manera. Me hace sonreír pensar en que me he convertido en partes malas y buenas de un todo. Y me hace gracia como todos, o si no todos la gran mayoría de errores, los cometí yo; yo y sólo yo.
El mundo, pasa fuera. Fuera del agua os quiero decir. Paso el tiempo pataleando en la superficie, secándome la cara al sol, el viento, el polvo. Miro el mundo, me dejo mecer por la olas, dejo que las corrientes me arrastren y me devuelvan a mi sitio. Nunca acabo muy lejos. Observo como cambia el paisaje con el paso del tiempo; con cada día y cada noche, con cada estación que cambia. Veo como todo lo demás se deja llevar también.
A veces cuando oteo el horizonte veo tormentas. Grandes y pequeñas. Peligrosas o simples nubarrones. Pero siempre que las veo, se que va a llover, ahí donde las nubes ensombrecen el mar y el horizonte. Lo sé porque yo misma, a veces cuando emerjo de la profundidad me encuentro con una, que se desata sobre mi cabeza inexorable; y en un gesto encoge mi rostro, mojándolo con la lluvia cuando menos me lo espero. Lo que más me gusta de todo, es escuchar el estallido de la tormenta a tiempo como para saber que no tengo porque salir el día que llueve. Son ruidosas siempre y el mar se remueve. A veces la olas se vuelven violentas y se levantan, y la tormenta se vuelve tan terrible dentro como fuera del agua. Pero si tienes suerte y te quedas ahí sumergida, puedes ver como el cielo se oscurece y la lluvia cae sobre la superficie creando ondas y sonidos desagradables, mientras el viento chilla siendo incapaz de levantar nada. Y tú, debajo, sólo ves el mal tiempo desaparecer, sin poder perturbar la marea. Y cuando pasas el día sumergido, es genial salir de noche, cuando el viento amaina y la tormenta sigue su camino. Pasan las horas mirando la oscuridad y contemplando estrellas, que brillan ahora que nadie compite con ellas.
Paso la mayoría del tiempo pataleando y debatiéndome en la superficie. No es tan contemplativo como parece a primeras. Fuera del agua hay miles de cosas que pinchan, dan golpes y hacen daño.
Hace mucho, muchísimo calor a veces; me quemo cuando la fuerza invisible me retiene alli arriba.
Hace mucho, pero mucísimo frio otras; los dientes castañean, y yo tirito cuando el viento azota la superficie. Se me reseca la piel a la intemperie. Y, lo peor de todo. El mundo de ahí fuera es terrible e inevitablemente solitario. Tengo entendido, que al contrario de lo que parece este no es sólo mi mar.
Es el mar del Gran Quizás de muchos. Como muchos flotan a la deriva se supone, como yo. Siempre me he dicho, que cuando veo una tormenta o el sol brillante a lo lejos, puede que haya alguien mojándose o disfrutando de un buen día en otro trocito de mar. Pero no los busco. Porque serán como yo en ese caso. Personas, felices y no tanto en sus mares infinitos. Solitarios y con cabezas llenas de cosas, y ellos, llenos de ganas de sumergirse a vivir sus pequeños cachitos de lo que pudo ser. Por eso no los busco. Por eso, y porque ellos tampoco me buscan a mí.
El tiempo se pasa a veces muy lento cuando estoy en la superficie. Rara vez nado de verdad, empleando mi energía para moverme hacia un lugar en concreto, y cuando lo hago es porque veo a lo lejos algo que me es extraño. Algo digno de contemplar y por lo que emerger la próxima vez. Normalmente es entonces cuando mi tiempo en la superficie se me pasa rápido. Entoces si que es bonito de verdad patalear.
La mayoría del tiempo la paso de camino, flotando sin rumbo fijo; y duele. Duele y cansa. Duele el agua y la sal en las heridas, duele la soledad; cansa oir el agua envolverte y entrar en los oídos, cansa el sabor de la sal. Y no tarda en sobrepasarme la banalidad de la superficie. Es entonces cuando cierro los ojos, grito y me retuerzo hasta que algo de todo ese arraque de actividad, me alivia de alguna manera. Pero cuando lo hago hasta el punto de que noto como se humedecen las esquinas de los ojos desde dentro, es cuando ocurre la mejor de las maravillas de mi mar; vasto e infinito.
Es entonces, cuando invandida por la calma, respiro por última vez en la superficie y me tapo la nariz. Algo viene, o tira de mi desde dentro; y mi cuerpo es arrastrado lejos de mi enemiga, hacia lo profundo. No esa profindidad en la que me mantengo yo sola a veces. No la profundidad en la que me duermo; si no mucho, mucho más adentro. Donde la corriente es helada y el agua se vuelva negra y como más densa. Ahí donde pierdo el conocimiento de lo que está pasando allí, y mi mente vaga y vaga entre vividos recuerdos que no son míos. Que no lo son porque no los he vivido. Allí es donde busco el entumecimiento y el oscuro. Veo caer el telón y suena la eterna banda sonora. Un momento complatamente perfecto; oigo el sonido de descarga disruptiva que me es tan familiar y lejano. Sonidos que me cargan y me liberan a su vez, dejándome como abierta en canal; como expuesta a a lo peor que me viene desde dentro.
Todo lo que me viene desde dentro y esta a mi alrededor flotando; parte de lo que me rodea en estas profundidades.
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