06.04.2015
Tal y como están las cosas esto se retuerce de no saber a donde ir. Siento la necesidad de explicar lo inexplicable como siempre intento, pero siento que me quedan cada vez menos cosas que decir y el mismo lío que entender. No soy suficiente para nada; no tengo fuerza, no tengo ganas, no tengo ideas.
¿Puede alguien decirme que me queda?
Siempre he confiado en la razón y en las conexiones invisibles de mi cabeza. Ahora las siento rotas, sobreestimuladas y fritas. No funcionan ya como yo las necesito. Me siento expuesta e indefensa sin red que me proteja.
02.05.2015
Termina un día largo, de una semana corta del mes interminable de los años más felices (y más tristes) de mi vida.
Dramático es lo único que se me ocurre decir. Lo que el tiempo me ha guardado en este trocito de vida, jamás lo hubiera esperado. Jamás lo hubiera pedido. Nunca hubiera pensado, que era eso lo que me correspondía. Marcada por decepciones, los momentos de incomprensión y de plenitud consciente de mi desconocimiento, las grandes esperanzas rotas para luego renacer de cenizas cada vez más repartidas y difíciles de encontrar. Nada me hubiera hecho pensar que me hallaría a estas alturas, pensando como pienso. Entendiendo las cosas como las entiendo, pero sobre todo habiendo aprendido lo que todo eso me ha enseñado. Mi visión está totalmente manchada de imágenes que he ido recabando de lo que creo es el mundo.
Hay momentos, como este, en los que hay una palabra que resuena lejana y potente en la parte de atrás de mi cabeza. Es como un eco sombrío que no sé identificar; del que no conozco la procedencia. Me grita y me llama F U E R T E. Es aquello que siempre uso para entenderme, cuando realmente no tengo ganas de hacerlo. Es lo que creo que piensan los que nada dicen y lo que dicen los que no lo piensan. Lo que intento ser y lo que me arrepiento ser. Lo que quiero parecer y a veces desearía que desapareciera. No me preguntéis por qué, pero me he percatado con ayuda del tiempo, de que mi relación con esa traicionera palabra, es cambiante y confusa.
Puede que lo que menos me guste de ella, es que no me deja expresarme. No me deja decir las cosas como realmente son o por lo menos como yo realmente las siento. Solo puedo abrir la boca para decir lo justo y necesario, porque una palabra más, solo distraería la atención de quien sea que pretenda interesarse. El mundo que me envuelve adora sacar conclusiones de lo que sea y etiquetar a las cosas, pero casi adora más que esas cosas no cambien. Así me veo presionada a ser quien un día parecía ser. Supongo. A nadie le importa realmente.
Lo que más me gusta, casi se contradice. Esa palabra me da la calma suficiente como para poder llamar a las cosas por su nombre. Para pensar de la forma más fría. Yo necesito conseguir que cada cosa tenga su propio nombre. Me tranquiliza. El proceso me enseña muchísimas cosas que alguien pensando para sus adentros jamás lograría entender. La frialdad me deja usar un tono serio, analítico y certero que en cierto sentido hace que hasta yo sea más capaz de creerme lo que digo. Porque siento de la forma más profunda que lo que digo, es verdad. Por lo menos lo es para mí.
Al final, en lugar de venir aquí a decir lo que se me pasa por la cabeza, me salto la parte de sentimientos puros y llego a las preguntas rebuscadas que siempre quedarán sin respuesta.
Porque nadie las tiene y porque a nadie le preocupan.
Tal y como están las cosas esto se retuerce de no saber a donde ir. Siento la necesidad de explicar lo inexplicable como siempre intento, pero siento que me quedan cada vez menos cosas que decir y el mismo lío que entender. No soy suficiente para nada; no tengo fuerza, no tengo ganas, no tengo ideas.
¿Puede alguien decirme que me queda?
Siempre he confiado en la razón y en las conexiones invisibles de mi cabeza. Ahora las siento rotas, sobreestimuladas y fritas. No funcionan ya como yo las necesito. Me siento expuesta e indefensa sin red que me proteja.
02.05.2015
Termina un día largo, de una semana corta del mes interminable de los años más felices (y más tristes) de mi vida.
Dramático es lo único que se me ocurre decir. Lo que el tiempo me ha guardado en este trocito de vida, jamás lo hubiera esperado. Jamás lo hubiera pedido. Nunca hubiera pensado, que era eso lo que me correspondía. Marcada por decepciones, los momentos de incomprensión y de plenitud consciente de mi desconocimiento, las grandes esperanzas rotas para luego renacer de cenizas cada vez más repartidas y difíciles de encontrar. Nada me hubiera hecho pensar que me hallaría a estas alturas, pensando como pienso. Entendiendo las cosas como las entiendo, pero sobre todo habiendo aprendido lo que todo eso me ha enseñado. Mi visión está totalmente manchada de imágenes que he ido recabando de lo que creo es el mundo.
Hay momentos, como este, en los que hay una palabra que resuena lejana y potente en la parte de atrás de mi cabeza. Es como un eco sombrío que no sé identificar; del que no conozco la procedencia. Me grita y me llama F U E R T E. Es aquello que siempre uso para entenderme, cuando realmente no tengo ganas de hacerlo. Es lo que creo que piensan los que nada dicen y lo que dicen los que no lo piensan. Lo que intento ser y lo que me arrepiento ser. Lo que quiero parecer y a veces desearía que desapareciera. No me preguntéis por qué, pero me he percatado con ayuda del tiempo, de que mi relación con esa traicionera palabra, es cambiante y confusa.
Puede que lo que menos me guste de ella, es que no me deja expresarme. No me deja decir las cosas como realmente son o por lo menos como yo realmente las siento. Solo puedo abrir la boca para decir lo justo y necesario, porque una palabra más, solo distraería la atención de quien sea que pretenda interesarse. El mundo que me envuelve adora sacar conclusiones de lo que sea y etiquetar a las cosas, pero casi adora más que esas cosas no cambien. Así me veo presionada a ser quien un día parecía ser. Supongo. A nadie le importa realmente.
Lo que más me gusta, casi se contradice. Esa palabra me da la calma suficiente como para poder llamar a las cosas por su nombre. Para pensar de la forma más fría. Yo necesito conseguir que cada cosa tenga su propio nombre. Me tranquiliza. El proceso me enseña muchísimas cosas que alguien pensando para sus adentros jamás lograría entender. La frialdad me deja usar un tono serio, analítico y certero que en cierto sentido hace que hasta yo sea más capaz de creerme lo que digo. Porque siento de la forma más profunda que lo que digo, es verdad. Por lo menos lo es para mí.
Al final, en lugar de venir aquí a decir lo que se me pasa por la cabeza, me salto la parte de sentimientos puros y llego a las preguntas rebuscadas que siempre quedarán sin respuesta.
Porque nadie las tiene y porque a nadie le preocupan.
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