Si, ayer me olvidé de decir que flaqueé, que tuve que intentarlo. Volver a hablar con él para recordar que esto empezó por algo, que seguía todo el sentimiento ahi y que nada había cambiado y perdonarnos la nada y el todo.
Beep. Beep. Y adiós a las esperanzas de curar la confusión con palabras bonitas. Pero lo gracioso es, que después de todo el día, soy feliz he sonreído muchisimo, y estoy ronca de hacerle cosquillas a mi madre. Poder disfrutar de los pequeños placeres de un martes cualquiera de agosto, por el hecho de que tu consciencia te lo permite y no hay ninguna parte de tí que se sienta culpable por no pensar en él; hace que esto parezca un poco más real y da miedo.
Y a pesar de todo le extraño muchisimo. Quiero coger su cara entre las manos para mirarle sin decir palabra, volverme de nuevo una niña mientras me rio a carcajadas. Querría que me acariciara el pelo y me hiciera cosquillas en la oreja susurrando, enredar mis piernas para acabar prisionera de un beso que quita el aire. Y temo, hoy comencé a temer que pudiera acabar, que pudiera dejar de ser yo a la que enamora y desquicia y hace daño. Que hubiera decidido reemplazarme por alguien más, aunque sea temporalmente y que yo jamás lo supiera. Por confiar en su palabra o no hacerlo podría salir herida.
Quizás necesitemos hablar. De verdad de la buena, para eliminar lo superfluo y recordar. Mantener el hilo tan fino que nos une evitando que lo rompa la primera ráfaga de la tormenta.
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