Mierda. Esto es lo que si que no tenía que pasar. No quería quebrantar el compromiso impuesto para esto. Para nada. Para dejar de echarle de menos a las malas. Necesitabamos esta semana de reclusión para poder dejarnos ver de nuevo porque habíamos forzado a empezar este verano de ya cuatro meses, más cerca de los cinco, que casi podrían resumirse en dos. Uno bueno y otro bastante malo.
La calma que blandía hasta esta tarde la interrumpió él, aunque la han machacado otros. La música no ayuda, los amigos se sienten eternamente distantes, el aire se inspira arisco y se expira cargado e inflamable.
Si lo encendéis, prende. Aunque hay alguno al que no le dejo leer la etiqueta.
Debidamente incendiada de nuevo por un temor estúpido y una decepción más que añadir a la larga lista, le hacen pasar a él y nuestros errores a un segundo plano. No hay ninguna gana de encontrarse ahora mismo curando el mundo o salvando relaciones; ambas cosas igual de complicadas.
De nuevo me siento vacía y sin magia, sin gana y sin inspiración. Ni la música consigue salvarme en el momento en el que te das cuenta de que te hayas sin espinacas ni criptonita (aplaudo a quien logre entender). Siento al fin, que escribo por escribir, por ver palabras sobre el blanco, por observar como metamorfosean todas las palabras hasta convertirse en algo que nadie se molestaría en escribir y que hasta a mi me costará más adelante molestarme en leer. Cierto es que aún no pienso que haya perdido las formas en cuanto escribo, incluso estos días en los que lo hago sencillamente por seguir mi propio consejo y usar esto como terapia, dado que desde luego con nadie podré compartir todas mis tonterias y de hacerlo no oiría el ClacClac Clac del teclado unido a la pantallita brillante.
Ya no sueño con él desde hace una semana; desde hace poco más que eso, tengo miedo de nombrarle, y desde hace cerca de tres somos tan incapaces de tener una conversación como lo soy yo de guardar esperanzas. Las esperanzas son mi motor, ya lo he aprendido, y esta situación me da muy mala espina desde el principio. Me la daba desde justo después de cuando pensaba: "No escribiré. No lo haré para compartir con el mundo la alegría, porque ni se cuando se marchará, ni tiene sentido que esté yo recordándole a nadie, ni siquiera a mi misma, lo bonito que es ser feliz mientras no lo eres."
Pues bien ahí tienen a una tonta inteligente, que según su lógica y matemática particulares, aún echándo en falta su Hysterya, encuentra una explicación para todo según el momento en que le venga bien.
Perdonad mis delirios. Yo estoy aprendiendo hacerlo.
La calma que blandía hasta esta tarde la interrumpió él, aunque la han machacado otros. La música no ayuda, los amigos se sienten eternamente distantes, el aire se inspira arisco y se expira cargado e inflamable.
Si lo encendéis, prende. Aunque hay alguno al que no le dejo leer la etiqueta.
Debidamente incendiada de nuevo por un temor estúpido y una decepción más que añadir a la larga lista, le hacen pasar a él y nuestros errores a un segundo plano. No hay ninguna gana de encontrarse ahora mismo curando el mundo o salvando relaciones; ambas cosas igual de complicadas.
De nuevo me siento vacía y sin magia, sin gana y sin inspiración. Ni la música consigue salvarme en el momento en el que te das cuenta de que te hayas sin espinacas ni criptonita (aplaudo a quien logre entender). Siento al fin, que escribo por escribir, por ver palabras sobre el blanco, por observar como metamorfosean todas las palabras hasta convertirse en algo que nadie se molestaría en escribir y que hasta a mi me costará más adelante molestarme en leer. Cierto es que aún no pienso que haya perdido las formas en cuanto escribo, incluso estos días en los que lo hago sencillamente por seguir mi propio consejo y usar esto como terapia, dado que desde luego con nadie podré compartir todas mis tonterias y de hacerlo no oiría el ClacClac Clac del teclado unido a la pantallita brillante.
Ya no sueño con él desde hace una semana; desde hace poco más que eso, tengo miedo de nombrarle, y desde hace cerca de tres somos tan incapaces de tener una conversación como lo soy yo de guardar esperanzas. Las esperanzas son mi motor, ya lo he aprendido, y esta situación me da muy mala espina desde el principio. Me la daba desde justo después de cuando pensaba: "No escribiré. No lo haré para compartir con el mundo la alegría, porque ni se cuando se marchará, ni tiene sentido que esté yo recordándole a nadie, ni siquiera a mi misma, lo bonito que es ser feliz mientras no lo eres."
Pues bien ahí tienen a una tonta inteligente, que según su lógica y matemática particulares, aún echándo en falta su Hysterya, encuentra una explicación para todo según el momento en que le venga bien.
Perdonad mis delirios. Yo estoy aprendiendo hacerlo.
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