Me siento en la cama cruzada de piernas en el momento más mío de la tarde. Hace unas horas que dejo de ser tarde. Cuando está el mundo a oscuras parezco sentirme mejor al falso calor de mi habitación. Es cuando parece que el aire levemente viciado de horas de ventanas y puertas cerradas, empieza a tener su efecto y siento la necesidad de inyectarme dosis ineficaces de cafeína en sangre. En ese momento, en que siempre que me dejo a mi misma la oportunidad, elijo entre una sesión de música melancólica y cargada de sentimiento ajeno, con el que cada día menos me identifico; o continuar en el agradable refugio que son para mí éstas cuatro paredes de un color entre el azul y el violeta; el color de los cielos grises sin nubes en un día soleado. No importa cual de las dos opciones elija; no cambiará el resultado final. Siempre terminaré por irme a la cama con la mente intranquila. Ese es el desasosiego que a veces consigue hacerme acabar aquí, escrbiendo sobre lo que me atormenta. Otras, ...