Me siento en la cama cruzada de piernas en el momento más mío de la tarde. Hace unas horas que dejo de ser tarde. Cuando está el mundo a oscuras parezco sentirme mejor al falso calor de mi habitación. Es cuando parece que el aire levemente viciado de horas de ventanas y puertas cerradas, empieza a tener su efecto y siento la necesidad de inyectarme dosis ineficaces de cafeína en sangre.
En ese momento, en que siempre que me dejo a mi misma la oportunidad, elijo entre una sesión de música melancólica y cargada de sentimiento ajeno, con el que cada día menos me identifico; o continuar en el agradable refugio que son para mí éstas cuatro paredes de un color entre el azul y el violeta; el color de los cielos grises sin nubes en un día soleado.
No importa cual de las dos opciones elija; no cambiará el resultado final. Siempre terminaré por irme a la cama con la mente intranquila. Ese es el desasosiego que a veces consigue hacerme acabar aquí, escrbiendo sobre lo que me atormenta. Otras, sólo me hace abrir la página en blanco, para darme cuenta de que no sé que es lo que me ocurre.
Siempre acabo sentada en la cama con una pantallita brillante sobre las piernas y entre las manos imaginándome mil maneras; mil metáforas para lo que me pasa por dentro. Sueño despierta.
Sueño con historias de bellezas de cabellos del color del trigo, que son azotados fuertemente por el viento, contemplando un mar que se mueve acorde a sus pensamientos, después se sumergen en el agua y las pierdo de vista. Sueño con un campo de batalla embarrado y frío, sin mucho movimiento; siento la agonía de un soldado que herido se arrastra por el suelo, maleherido. Repentinamente el escenario cambia y el soldado deja de serlo para convertirse alguien anónimo y consumido por el remordimiento, echado en el suelo, abriendo los ojos únicamente para ver una figura femenina y de apariencia angelical alejarse corriendo; a lo lejos, luces de neón parapadeantes y humo surgiendo de alcantarillas.
Por último sueño con un edificio frío que soy capaz de reconocer; un sitio que compartimos como pasión. Veo una chica con pinta de llevar años de lastre encima mirando a un punto entre la inmensidad de sus pensamientos y dos pisos más abajo. De la nada, aparce un chico desgarbado; ha crecido muy rápido, que hace que la expresión pesada de la chica desaparezca. Durante escasos segundos. Ambos echan a andar hablando mucho y sin decir nada. La cara de la chica refleja esa melancolía propia de quien ha perdido la esperanza y todavía tiene que dehacerse de el recuerdo; el mundo parece caerle sobre los hombros ahora incluso más que antes.
Aquí acaban mis escasos segundos de ensoñación. Vuelvo a la realidad; a la página en blanco, el teclado y el cursor parpadeante. Hago acopio de fuerzas y comienzo a escribir. O no.
No pretendo que lo que digo le importe a nadie; sólo quiero plasmar mis pensamientos en algo seguro y que no se vaya a perder. Me hace sentirme mejor leer lo que me pasa por la cabeza.
En ese momento, en que siempre que me dejo a mi misma la oportunidad, elijo entre una sesión de música melancólica y cargada de sentimiento ajeno, con el que cada día menos me identifico; o continuar en el agradable refugio que son para mí éstas cuatro paredes de un color entre el azul y el violeta; el color de los cielos grises sin nubes en un día soleado.
No importa cual de las dos opciones elija; no cambiará el resultado final. Siempre terminaré por irme a la cama con la mente intranquila. Ese es el desasosiego que a veces consigue hacerme acabar aquí, escrbiendo sobre lo que me atormenta. Otras, sólo me hace abrir la página en blanco, para darme cuenta de que no sé que es lo que me ocurre.
Siempre acabo sentada en la cama con una pantallita brillante sobre las piernas y entre las manos imaginándome mil maneras; mil metáforas para lo que me pasa por dentro. Sueño despierta.
Sueño con historias de bellezas de cabellos del color del trigo, que son azotados fuertemente por el viento, contemplando un mar que se mueve acorde a sus pensamientos, después se sumergen en el agua y las pierdo de vista. Sueño con un campo de batalla embarrado y frío, sin mucho movimiento; siento la agonía de un soldado que herido se arrastra por el suelo, maleherido. Repentinamente el escenario cambia y el soldado deja de serlo para convertirse alguien anónimo y consumido por el remordimiento, echado en el suelo, abriendo los ojos únicamente para ver una figura femenina y de apariencia angelical alejarse corriendo; a lo lejos, luces de neón parapadeantes y humo surgiendo de alcantarillas.
Por último sueño con un edificio frío que soy capaz de reconocer; un sitio que compartimos como pasión. Veo una chica con pinta de llevar años de lastre encima mirando a un punto entre la inmensidad de sus pensamientos y dos pisos más abajo. De la nada, aparce un chico desgarbado; ha crecido muy rápido, que hace que la expresión pesada de la chica desaparezca. Durante escasos segundos. Ambos echan a andar hablando mucho y sin decir nada. La cara de la chica refleja esa melancolía propia de quien ha perdido la esperanza y todavía tiene que dehacerse de el recuerdo; el mundo parece caerle sobre los hombros ahora incluso más que antes.
Aquí acaban mis escasos segundos de ensoñación. Vuelvo a la realidad; a la página en blanco, el teclado y el cursor parpadeante. Hago acopio de fuerzas y comienzo a escribir. O no.
No pretendo que lo que digo le importe a nadie; sólo quiero plasmar mis pensamientos en algo seguro y que no se vaya a perder. Me hace sentirme mejor leer lo que me pasa por la cabeza.
Magnifico como siempre.
ResponderEliminarUna fiel lectora