No se como expresar como me siento. O si. Pero necesito de tiempo y ganas para intentar explicármelo a mi misma. Quizás fuera una estúpida desde el principio y no quisiera verlo. Puede que después de todo fuera yo la que no era sincera consigo misma. Puedo aceptar que me digas que nunca hubo nada más. Nada más que el cariño que le puedes tener a una "hermana", con esa atracción unidireccional tan extraña. Tan extraño como que yo saliera perdiendo en un juego que debía de tener ganado desde el principio. Y tan complejo como que tu parecieras disfrutar jugando y que mostraras interés, aunque esporádico, por formar parte de él.
Yo sé que no estuve sóla todo el tiempo. Sé que estabas ahí conmigo. Te lo contaba todo. Todo lo que me pasaba, lo que pensaba del mundo, de mi vida, de tí... y nunca tuve vergüenza de hacerlo. No me costaba hablar de cosas serias. No contigo. Todo parecía ser más fácil y simple. Tú eres así. Me hacías sentir bien y me gustaba esa sensación. Tú por tu parte, escuchabas a tu manera y yo no pretendía otra cosa. Nunca quise cambiarte por muy irritante y despreocupado que fueras a veces. Todo eso venía junto con tu nombre, tu estatura, tu pelo, tus ojos... Lo que habré sufrido yo con tus ojos... Ese verde que siempre me imagino del color esmeralda, del color de los bosques tropicales en verano. Ese verde que me hace estremecerme cuando lo veo. La realidad es distinta. Cara a cara, tus ojos se tornan oscuros y pálidos. Parduzcos y curiosos. Pero nunca tristes.
Miento. Si los he visto tristes. Aquella vez; una de las muchas que creía haberlo resuelto todo; por supuesto, por mi cuenta, y me sorprendió tu reacción. Aquella vez que entre hecha un lío y resuelta, me dí la vuelta y por encima de un montón de cabezas cazé tus ojos, con una expresión que tan ajena me pareció a tu rostro.
Esos ojos que entonces hicieron que una parte de mí muriera y quisiera correr hasta huir de esa mirada de la que sabía que era culpable; solían hacerme sentir libre siempre. Me hacían sentir como si el mundo pudiera ser mejor de lo que yo lo veía y sencillamente tuviera que levantarme de la cama un día y mirarlo bajo el ángulo correcto para poder disfrutar de esa vida que parezco estar perdiéndome.
Tú solías desahogarte conmigo. Recuerdo como me contabas esos problemas que para mí eran tan triviales como poner un pie delante de otro porque jamás tuve dificultades con ellos. Aún así te escuchaba e intentaba ayudarte como mejor podía; aunque extrañamente, siempre entre inevitables risas. Al principio todo era fácil para los dos. Yo no era capaz de sentirme todavía atada a tí, aunque tampoco podía atarme a otra persona. Tú, eras tú, con tus miradas cargadas de cosas desconocidas, tus palabras vanas e interpretables y tu extraño interés en mi mundo complicado. Supuse que no debía hacer nada, porque no tenía sentido precipitar las cosas, y no estaba preparada para perder algo así de nuevo.
Tonta. Tonta de mí. Hay muchas cosas en las que fallo. Cometo siempre muchos errores, pero no fui capaz de darme cuenta que decir las cosas tajantes y claras desde el principio no era una de ellas. Esa era precisamente una de las que hacía bien
Pasaron los días y las semanas, que inevitablemente, empezaron a convertirse en meses; y lo único que parecíamos capaces de hacer era hablar y hablar. A veces te tocaba a ti complicar las cosas y otras a mí simplificarlas, pero éramos polos opuestos y nos regíamos por las normas del mundo al revés. O más bien por las nuestras propias.
En realidad, aquel primer momento en el que debieron cambiar las cosas, no lo hicieron y seguimos vagando por el mismo camino con pocas cosas vagamente más claras: Lo primero para mí fue que tomaríamos direcciones distintas, tarde o temprano, quisiera o no reconocerlo. Lo segundo: eres indeciso.
No sé que pensarás tú de aquellos primeros "nosotros". De los encuentros entre pasillos, las risas y los silencios. No sé que pensaste que pasaría, ni que era lo que te pasaba por la cabeza en aquellos momentos en que extraña y suicidamente nos tirábamos al vacío que existe entre tus ojos y los míos a esperar, imaginar y soñar con el día de mañana.
Yo sé que no estuve sóla todo el tiempo. Sé que estabas ahí conmigo. Te lo contaba todo. Todo lo que me pasaba, lo que pensaba del mundo, de mi vida, de tí... y nunca tuve vergüenza de hacerlo. No me costaba hablar de cosas serias. No contigo. Todo parecía ser más fácil y simple. Tú eres así. Me hacías sentir bien y me gustaba esa sensación. Tú por tu parte, escuchabas a tu manera y yo no pretendía otra cosa. Nunca quise cambiarte por muy irritante y despreocupado que fueras a veces. Todo eso venía junto con tu nombre, tu estatura, tu pelo, tus ojos... Lo que habré sufrido yo con tus ojos... Ese verde que siempre me imagino del color esmeralda, del color de los bosques tropicales en verano. Ese verde que me hace estremecerme cuando lo veo. La realidad es distinta. Cara a cara, tus ojos se tornan oscuros y pálidos. Parduzcos y curiosos. Pero nunca tristes.
Miento. Si los he visto tristes. Aquella vez; una de las muchas que creía haberlo resuelto todo; por supuesto, por mi cuenta, y me sorprendió tu reacción. Aquella vez que entre hecha un lío y resuelta, me dí la vuelta y por encima de un montón de cabezas cazé tus ojos, con una expresión que tan ajena me pareció a tu rostro.
Esos ojos que entonces hicieron que una parte de mí muriera y quisiera correr hasta huir de esa mirada de la que sabía que era culpable; solían hacerme sentir libre siempre. Me hacían sentir como si el mundo pudiera ser mejor de lo que yo lo veía y sencillamente tuviera que levantarme de la cama un día y mirarlo bajo el ángulo correcto para poder disfrutar de esa vida que parezco estar perdiéndome.
Tú solías desahogarte conmigo. Recuerdo como me contabas esos problemas que para mí eran tan triviales como poner un pie delante de otro porque jamás tuve dificultades con ellos. Aún así te escuchaba e intentaba ayudarte como mejor podía; aunque extrañamente, siempre entre inevitables risas. Al principio todo era fácil para los dos. Yo no era capaz de sentirme todavía atada a tí, aunque tampoco podía atarme a otra persona. Tú, eras tú, con tus miradas cargadas de cosas desconocidas, tus palabras vanas e interpretables y tu extraño interés en mi mundo complicado. Supuse que no debía hacer nada, porque no tenía sentido precipitar las cosas, y no estaba preparada para perder algo así de nuevo.
Tonta. Tonta de mí. Hay muchas cosas en las que fallo. Cometo siempre muchos errores, pero no fui capaz de darme cuenta que decir las cosas tajantes y claras desde el principio no era una de ellas. Esa era precisamente una de las que hacía bien
Pasaron los días y las semanas, que inevitablemente, empezaron a convertirse en meses; y lo único que parecíamos capaces de hacer era hablar y hablar. A veces te tocaba a ti complicar las cosas y otras a mí simplificarlas, pero éramos polos opuestos y nos regíamos por las normas del mundo al revés. O más bien por las nuestras propias.
En realidad, aquel primer momento en el que debieron cambiar las cosas, no lo hicieron y seguimos vagando por el mismo camino con pocas cosas vagamente más claras: Lo primero para mí fue que tomaríamos direcciones distintas, tarde o temprano, quisiera o no reconocerlo. Lo segundo: eres indeciso.
No sé que pensarás tú de aquellos primeros "nosotros". De los encuentros entre pasillos, las risas y los silencios. No sé que pensaste que pasaría, ni que era lo que te pasaba por la cabeza en aquellos momentos en que extraña y suicidamente nos tirábamos al vacío que existe entre tus ojos y los míos a esperar, imaginar y soñar con el día de mañana.
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